Sicilia vive la Semana Santa con una pasión de la que quizá sólo el sur de España puede presumir. No en vano, muchas de las fiestas y procesiones de la pascua italiana guardan en sus raíces la herencia del pasado español que impregnó como una capa de barniz la sociedad siciliana.
Hoy queremos acercarnos a una de las fiestas más celebres y antiguas, la Semana Santa de Marsala, al oeste de la isla, conocida seguramente más por su célebre vino, o por tener el honor de ser la cuña de tierra italiana por donde Garibaldi inició la unificación del país en 1861.
El jueves santo, desde el siglo XVII las calles de la ribereña ciudad de Marsala, fundada por los fenicios huidos de Mozia en el 397, ve recorrer la procesión de las Verónicas. La teatralidad de la puesta en escena es tal que pese a no tener vínculos religiosos, la emoción hace que se erice la piel de cualquier atento curioso que se acerque aquí.
Los grupos que representan la semana santa dividen la pasión viviente en seis capítulos, Jesús y los apóstoles, la captura, Jesús frente a Herodes, Jesús y el juicio de Pilatos, Jesús llevando la cruz, y Jesús crucificado. A todos estos actos se une desde hace 350 años la procesión de las Verónicas, introducida bajo el dominio español de Sicilia. La figura de Verónica hace alusión a la mujer pía que secó el sudor y la sangre de Jesús con el sudario de lino, que queda representado con el velo que llevan las jóvenes Verónicas de hoy en día.
Originariamente, la personificación de la Verónica que recorre la procesión del jueves santo, era encargada a la hija del campesino que hubiese obtenido mayor beneficio de las cosechas anuales, y para mostrar la bendición de Dios, el vestido de la hija portaba todas las joyas, exhibiendo fortuna y poder.
Con el paso de los años a la Verónica inicial se añadieron dos criadas, también ricamente vestidas y adornadas. La festividad se acabó convirtiendo en una auténtica competición donde los nativos competían por que sus hijas y las doncellas que las acompañaban fuesen las más bellas y envidiadas. Incluso los que no poseían bastantes joyas y oro lo pedían prestado a vecinos, amigos y familiares, y era tanto el oro que tenían que endosarse las Verónicas que se introdujo la «coppoletta», una tiara similar a la que portaban los obispos, con todo tipo de filigranas engarzadas y que sostenían un velo que que protegía el velo de las jóvenes.
El vestido de las Verónicas es rojo, mientras que para sus criadas es azul, con detalles arabescos, enaguas y mantón, hilado con gemas e hilos de oro.
El fervor religioso comienza el mismo miércoles santo, con el desfile de los doces apóstoles que recitan varios diálogos de Jesús. En la plaza de Marsala se desarrolla la última cena y la traición de Judas. El jueves el Via Crucis recorre la ciudad con el cortejo de Verónicas, y el Viernes Santo la estatua de la Virgen Maria Addolorata lo cargan los fieles en una silenciosa procesión que causa impresión.