Cual ratas hechizadas por el encanto armónico y musical de la flauta de Hamelín, nuestros oídos se dejan llevar por las notas que se desprenden del pentagrama de los adoquines de la ciudad de la Lombardía, Cremona. Y es que pocas ciudades del mundo tienen una relación tan instensa y consolidada con la música.
Siguiendo los pasos de las marionetas sicilianas -i pupi Siciliani-, el Palio di Siena o la fiesta de Ceri di Gubbio, los violines de Cremona han entrado al selecto elenco mundial de bienes a proteger por la Unesco, como patrimonio inmaterial de la humanidad.
No hay duda de que mucho ha influido el hecho de que Antonio Stradivari naciera en Cremona, pero no hay que olvidar que muchas son las ciudades que han dejado pasar la oportunidad de ensalzar a grandes e ilustres personajes que hicieron tanto por la humanidad. Podríamos pensar en Pitágoras de Siracusa o tantos genios olvidados que quedan como segundones por detrás de falsarios o advenedizos de la historia, u otros tantos olvidados por las instituciones, que, incapaces de ver a un palmo de sus narices no sacan rédito de una oportunidad doble: enriquecimiento cultural de sus conciudadanos y a la vez lograr exportar una idea que los diferencie en este turismo globalizado de franquicias que empobrece la diversidad cultural.
En Cremona la música fluye por las calles como un arroyo entre los adoquines, ora se entona desde los talleres de los luthiers que perfeccionan y afinan los cordajes de los violines, violonchelos, violas, y; ora sale de las escuelas de música de maestros internacionales que, llegados de todo el mundo han fijado su morada en la ciudad lombarda.
Con más de setenta talleres -que poco han cambiado con respecto a los de siglos pasados-, los maestros artesanos de Cremona producen más de instrumentos que se exponen en escaparates, tiendas de música, librerias, tiendas de ropa…Todos se impregnan de la musicalidad de la ciudad.
Los auditoriums viven encuentros y concursos de pequeños genios que apenas saben hablar y ya empiezan a acariciar las cuerdas de los violines.
Los eventos musicales se suceden casi sin una pausa. El Cremona Violin Festival hace más que nunca protagonista al violín en todo tipo de géneros (jazz, blues, tango, kletzmer, gipsy, folk) superando los límites tradicionales de la música clásica.
Cremona está considerada de forma unánime como la capital mundial de la liuteria. No en vano aquí nace en el siglo XVI el violín en su forma moderna. Patria de maestros como Andrea Amati (1505-1577), Niccolò Amati (1596-1684), Antonio Stradivari (1644-1737) o Giuseppe Guarneri, (1698-1744), el gusto musical se ha trasmitido casi genéticamente, concebido como un tesoro a no perder. Herederas de ese patrimonio, las instituciones modernas han sido el altavoz para difundir la conservación intacta de la tradición artesanal de fabricación de violines. Entre los encuentros destacados está la escuela de pequeños genios que ya desde pequeños instruye a los jóvenes talentos; o la Mostra trienal de instrumentos de arco que pone a Cremona en el foco del mundo musical.
Tocar la música: exposiciones y museos
En una de las salas del palacio comunal (ayuntamiento) se exponen algunos de los célebres instrumentos de la liuteria clásica cremonesa: el «Carlos IX di Francia» de Andrea Amati del 1566, L’ «Hammerle» del 1658 de N. Amati, el «Quarestani» de Giuseppe Guarneri de 1689, o el «Cremonese 1715» de Antonio Stradivari.
Otra de las visitas del recorrido musical son los propios talleres, ubicados en callejones más o menos tranquilos, pero abiertos siempre a la visita de los amantes de la música.
Tampoco se debe obviar la visita a la casa museo de Antonio Stradivadi, con piezas del gran genio, donde se explica su vida y obra.
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