Como si fueran la primera piedra de una calzada romana, la símbólica inauguración del primer tramo oficial de la Via Francigena por parte de la Región Toscana, supone un estímulo para el maltrecho Comité de conservación del patrimonio italiano. Y es que las recientes noticias sobre el deterioro del Coliseo de Roma o de las casas de Pompeya, habían mermado la imagen del turismo alpino.
Aunque desde hace tiempo entidades populares y de amigos del camino ofrecían soporte e información para hacer la Vía Francigena, el estado quiere difundirla con este primer paso que conecta San Gimignano con Strove, en el Comune de Monteriggioni.
La Via Francigena recorre 14 grandes regiones de Inglaterra, Francia, Suiza e Italia, y en la edad media cubría la ruta de peregrinos desde Canterbury hasta Roma.
El objetivo es consolidar las quince etapas que recorren los 400 kilómetros de camino que cruzan la región Toscana, y de paso reforzar la candidatura de Siena como capital de la cultura de 2019.
El turista ya no llega sólo a Italia en busca de los destinos típicos como el Vaticano, Venecia, Roma o Florencia, si no que quiere interaccionar, mezclarse con la naturaleza, con la gente y la gastronomía. Y esta es una de las razones por las que el turismo activo está germinando con iniciativas como la recuperación de la Via Francígena o los trenes turísticos que recuperan antiguas vías férreas.
A semejanza de la Ruta de Santiago, la Via Francigena ansía conjugar la receta cultural, espiritual, identitaria y ligada al pasado medieval de Italia, con esta magnífica propuesta de turismo alternativo (al menos de momento).