
Pasado el primer decenio del siglo XXI el panorama y el papel de Italia en el escenario mundial abre algunas incógnitas. Pese a ser uno de los países más ricos del planeta, y siendo una de las democracias a priori más sólidas, día sí, día también la gestión del gobierno de la nación italiana se pone en entredicho. Y es que, por un lado, las condiciones del patrimonio histórico y cultural se van degradando sin que las autoridades sepan frenar la sangría de un patrimonio artístico que se desangra por las cañerías de la burocracia y la corrupción. Por otro lado, ese déficit de democracia ha hecho que Italia pierda muchos puestos en la escala de países con mejor valoración de la libertad de expresión. La concentración de poder, y el control de los medios de comunicación perjudica seriamente a la credibilidad y a la opinión en el exterior.
La Economía de Italia en el nuevo milenio
Es aún pronto para aventurarse pero no hay duda de que un país como Italia no puede depender sólo de fuentes de ingresos productivas a corto plazo, como el turismo. El peso debe balancearse para ser un país productor y exportador, tanto de ideas, como de medios y manufacturas.
El mundo actual no permite una economía similar a la del Renacimiento italiano, y el crecimiento para ser sostenible debe ser sólido, creíble y menos dependiente de las crisis financieras y de la inversión privada. O el estado apuesta en firme por sufragar el I+D, el peso de Italia quedará restringido a un segundo plano. Para ello, además del esfuerzo del gobierno hay que exigir al italiano de a pié que apueste por un cambio de mentalidad, que sea exigente con la aplicación de sus derechos, pero que su estilo de vida se parezca más al del humanista Leonardo da Vinci, cuestionándose su entorno, pero remando en la misma dirección.
Infraestructuras del siglo XXI
Más allá de las quimeras de papel que a veces se ponen sobre la mesa, cual megaproyectos sin un consenso y una visibilidad mayoritaria (como por ejemplo la construcción del puente de Mesina que uniría Sicilia con el continente), se debe pensar en mejorar la red de transportes y comunicaciones terrestres. En este camino, el despliegue de nuevas líneas de alta velocidad invita a pensar en una Italia menos dependiente de los combustibles fósiles, y por ende menos contaminante y comprometida con los acuerdos para reducir las emisiones de gases nocivos.
Sin embargo no hay que ser alarmistas, ni mucho menos pesimistas. Italia dispone de un gran potencial, de una gran experiencia como cocapitán de la Unión Europea, y de un valor no cuantificable, y este es la gran habilidad como funambilista. Por tanto, cabe esperar que los dirigentes escuchen el clamor de la ciudadanía que reclama más gasto social, mayor inversión en la investigación y sobre todo un esfuerzo de madurez para que los políticos sepan abrir un escenario ilusionante en el siglo XXI.